dijous, d’agost 10, 2006

Lágrimas de San Lorenzo y la luna

Se acercan las "lágrimas de San Lorenzo", o las Perseidas. Aunque este año será más complicado verlas porque tenemos una luna bastante llena (ver lo que dicen en Microsiervos).
Y como ya hablé de ello el año pasado en otro blog que no salió a la luz, os dejo con lo que escribí.
Que ustedes lo disfruten.


Las Perseidas y el ruido


Buenas noches.
¡Menudas horas para estar escribiendo!
Ya lo sé, pero es viernes noche y mañana no hay que madrugar.
Además, ésta es la noche en la que "La tradicional lluvia de estrellas de 'Las Perseidas' podrá observarse en su plenitud en la madrugada del viernes 12, puesto que será la noche más clara de toda la semana y la de máxima concentración de estrellas fugaces", a lo que hemos de añadir que "esa noche podrá verse claramente el planeta Marte, que 'aparecerá bastante brillante'".
Así que no es una mala noche para estar en la terraza mirando al cielo.


Aunque no veo demasiado. Sí, intuyo que aquello que brilla allá arriba, tiene un color más rojizo que el resto y lleva más de 30 segundos en el mismo sitio (no como los aviones que siguen pasando) es Marte. Y sí, veo alguna que otra estrella (sobretodo cuando hace un rato que he dejado de mirar la pantalla del ordenador).
Pero nada que ver con los cielos nocturnos que en otras ocasiones he visto.
Se agolpan en mi mente recuerdos de noches en Cedar Campus, Michigan, o en Berea. Allí sí que el cielo estaba plagado de estrellas.
De hecho, en algún momento te sentías abrumado por la cúpula celeste, como si las estrellas estuvieran acercándose hacia a ti para oprimirte (como decían los galos irreductibles, "...que el cielo caiga sobre nuestras cabezas"). Y te sentías pequeño, muy pequeño. Y a la vez eras consciente de lo grande que es Dios, de lo enorme que es si este cielo que estas viendo es solamente “el estrado de Sus pies”.
Y todo esto me lleva a una reflexión que hace varios días ronda por mi mente: la dificultad de escuchar la voz de Dios en medio de la ciudad en contraposición con hacerlo en la naturaleza.
El ruido de fondo es tan grande en la ciudad (coches, vecinos, televisión, carreras arriba y abajo, cine, centros comerciales, ordenadores, teléfonos) que no te deja tiempo ni sensibilidad para escuchar el susurro de una brisa apacible de la voz de Dios. Debemos hacer un mayor esfuerzo por alejar la vorágine que nos rodea y acercarnos a Él en silencio, sin prisas, y dejar que Él llene nuestra alma de paz y hable a nuestro corazón que tanto le necesita.
Aprovechemos estas fechas en que salimos más de la ciudad para escuchar a Dios hablándonos a través de las olas del mar, de la corriente de un río, del murmullo de los árboles… Y regresemos con fuerzas renovadas y paz en nuestras almas y corazones.
Buenas noches.